CRÓNICA: KEEP IT TRUE RISING – Día 1 – Noviembre 2021

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KEEP IT TRUE RISING

WÜRZBURG – 19 y 20 de noviembre 2021

POSTHALLE

Por los pelos, pero finalmente se pudo hacer. El festival alemán Keep It True (KIT), lugar de culto para aquellos que disfrutan del heavy metal clásico underground, sorprendió a principios de octubre anunciando una edición especial de cara a los días 19 y 20 de noviembre. Con tan solo un mes y medio de antelación (se tuvo que esperar a que las autoridades dieran su visto bueno), la organización presentó un cartel formado exclusivamente por bandas europeas y cambió el emplazamiento debido a las regulaciones sanitarias (instalándose esta vez en el Posthalle de Würzburg). Esta ha sido la primera ocasión en muchas ediciones en la que no se han agotado las entradas, algo que viene a ser lógico debido a la poca antelación con la que se ha tenido que organizar y también por el endurecimiento de las restricciones escasos días antes (se impuso la obligatoriedad de presentar el pasaporte Covid y un test de antígeno negativo realizado menos de 24 horas antes ambos días del festival, con el riesgo que supondría para un extranjero dar un positivo allí…).

Sin embargo, si hay algo que caracteriza el heavy metal es su perseverancia y esta edición no fue ni de lejos un fracaso. Una gran cantidad de fieles seguidores no faltaron a la cita e hicieron de esta edición del KIT un festival (casi) como los de antes de esta dichosa pandemia. Mereció la pena la odisea de vacunas, certificados, pruebas y controles varios para alcanzar finalmente lo que fue un oasis en el desierto. Una vez superados los controles en las puertas, el ambiente que se respiraba era el de las grandes ocasiones, una verdadera evasión de lo que estaba sucediendo fuera del recinto: Alemania aumentando su número de contagios e imponiendo nuevas restricciones mucho más duras que iban a comenzar dos días después del festival… Nos fue a todos del canto de un duro.

Musicalmente hablando, y a pesar del condicionante de no poder contar con bandas de fuera del continente europeo, este cartel especial del KIT no perdió la esencia de lo que el festival supone. Una armoniosa combinación entre bandas recientemente emergidas o que todavía no cuentan con una trayectoria muy dilatada pero que están dando que hablar, otros tantos auténticos supervivientes del heavy metal en la sombra y aclamados héroes de culto, algún que otro dulce regalito en forma de reunión o concierto especial y unos cabezas de cartel que han sido y siguen siendo historia viva del género por un motivo u otro. Entre estos últimos, se encontró el que sin lugar a dudas ha sido el cabeza de cartel más grande que ha tenido el festival hasta el momento: nada más ni nada menos que Blind Guardian, quienes supuestamente venían a tocar un repertorio old school… Dejaremos su polémica actuación para ser analizada en la segunda parte de esta extensa crónica.

Tras el correspondiente paso por la zona de merchandising (y la consecuente ola de consumismo musical que se derivó de ello), llegó la hora de arrancar el festival. Los encargados de ello fueron los austríacos Venator, quienes entraron en el cartel de esta edición en la repesca sustituyendo a Tentation semanas antes. Con un único EP hasta la fecha, titulado Paradiser (2020), y tirando de múltiples adelantos de lo que será su primer larga duración en 2022, Venator saltaron al escenario del Posthalle con garra y energía, conscientes de la gran oportunidad que tenían delante. La formación es muy joven y todavía pueden madurar su directo, tratando de sacar todo el jugo posible a composiciones con tanto potencial como The seventh seal, Night rider o Manic man, pero esto sin duda irá llegando con trabajo y con el paso del tiempo. En el momento presente, Venator han demostrado ser capaces de realizar un concierto de heavy metal con cara y ojos, entretenido y potente, más que sobrado para ser la primera banda del evento. Sin lugar a dudas, habrá que estar atentos a sus próximos movimientos.

Poco después les siguieron The Night Eternal, banda alemana que recalaba en el festival pocos días después de la publicación de su primer disco, llamado Moonlit cross. Cuajaron una actuación bastante correcta, la cual fue claramente de menos a más. La presencia del enérgico frontman Ricardo Baum copó gran parte del protagonismo, a pesar de que a nivel vocal se le vio apurado en determinados momentos (cierto es que parecía ir un poco perjudicado, todo sea dicho). Tuve la sensación de que se sentía mucho más cómodo entonando tonos agresivos que modulando esas melodías de tesitura gótica o doomy que tanto caracterizan el sonido del grupo, aunque a medida que avanzaba el concierto se volvía más y más convincente. Salvando algunos momentos en los que las guitarras sufrieron problemas de sonido (ocurrió con más de un grupo), instrumentalmente The Night Eternal sonaron más que solventes, destacando el papel de ambos guitarristas. Nos dejaron más de un momento remarcable, como fue el caso de Elysion (Take me over), Closeness in suspension y la misma Moonlit cross con la cual cerraron, todas ellas impregnadas de una oscura y densa aura que resulta ciertamente envolvente y que funciona a la perfección.

Poco puedo decir de Century, pues nos tomamos un descanso y aprovechamos para comer durante su actuación. Sin embargo, lo que llegaba justo después iba a superar nuestras ya altas expectativas. Seven Sisters, originales de Londres, son un cuarteto que ha mostrado una proyección casi exponencial durante los últimos años, tanto a nivel de estudio como a nivel de directo. Tanto es así que, tras escuchar repetidas veces el diamante que han publicado recientemente bajo el título de Shadow of a fallen star Pt. I, algo me decía que una mejora tan meteórica a nivel compositivo se iba a traducir en un concierto verdaderamente bombástico, y más teniendo en cuenta que iban a tocar este nuevo álbum entero. Hay que ser muy valiente para hacer eso, pocas bandas tan jóvenes tienen suficiente confianza en su propio material como para realizar una apuesta así, pero estamos hablando de un álbum tan excelso que tocarlo de arriba abajo iba a ser una auténtica golosina para los allí presentes.

Y así fue, Seven Sisters saltaron al escenario ante un público altamente expectante y dejaron caer los temas del disco en su correcto orden, trasladando al directo la atmósfera mística y aventurera que desprenden las magníficas melodías de guitarra y las elaboradas letras. Se cubrieron de gloria con la monumental The artifice, con Kyle McNeill entonando y modulando su voz a la perfección y compartiendo unos magníficos pasajes de guitarra con Graeme Farmer. A lo largo de su actuación, Seven Sisters demostró ser uno de los grupos actuales que mejor dominan el recurso de las guitarras gemelas y sus armonizaciones brillaron con luz propia continuamente, inundando de elegancia y de sobriedad cada canción. De este modo surgieron momentos tan mágicos como la épica Horizon’s eye o la lacrimosa balada Wounds of design, las cuales nos pusieron los pelos como escarpias. Los londinenses realizaron una de las mejores actuaciones del festival.

Si algo tiene el KIT es que siempre nos ofrece algún caramelito que raramente puede ser saboreado en ningún otro lugar. Es el caso de la siguiente actuación: la incombustible Jutta Weinhold, al frente de su banda Velvet Viper, se subió al escenario para interpretar un repertorio especial de canciones del grupo que la llevó a la fama a finales de los 80, los magníficos Zed Yago. Una oportunidad única para escuchar en directo los himnos que nos dejó aquella mítica formación. La gran pregunta que nos hacíamos antes de empezar estaba más que clara: ¿en qué estado de forma iba a llegar Jutta, teniendo en cuenta sus 74 años de edad? La respuesta la obtuvimos con tan solo unos segundos de concierto, cuando entró triunfalmente con Zed Yago. Jutta nos ofreció una auténtica lección de técnica vocal, de entonación y de modulación de su voz, fruto de muchos años de experiencia.

La veterana vocalista acaparó todas las miradas y ovaciones de un público al que logró conquistar de inmediato y con el que fue interactuando de forma entrañable, sin descuidar el óptimo apoyo instrumental que tuvo detrás suyo (principalmente en la figura del guitarrista Holger Marx). El repertorio estuvo equilibrado entre los dos grandes discos que Zed Yago lanzó con Jutta a la voz, From over yonder (1988) y Pilgrimage (1989), y no faltaron cañonazos como Rebel ladies, The rose of Martydom (la cual supuso una gran fiesta final) y, por encima de todo, la celebradísima Black bone song, coreada por el público a todo pulmón. Jutta ejerció un papel formidable para alguien de su edad y demostró que aún le podría dar lecciones de cómo cantar heavy metal a muchos jovenzuelos de 20 o 30 años.

Pasamos a Ostrogoth, una banda de las que suelen ser habituales de ver en este tipo de festivales, por su larga historia y por seguir ofreciendo directos regulares y fiables a pesar de que el único miembro original que queda es el batería Mario Pauwels. Siguiendo la línea que esperábamos ver, los belgas realizaron una actuación que, sin ser especialmente bombástica, fue cumplidora. Su directo bebe muchísimo del buen hacer de un experimentado rockero como es el cantante Josey Hindrix, muy activo sobre el escenario y cumpliendo correctamente en el apartado vocal. En un concierto sin mucha más historia, hicieron vibrar al público con un repertorio donde predominaron los clásicos de su época dorada de principios de los 80, como Rock fever, Ecstasy and danger y Full moon’s eyes, pero debo recalcar que no me gustó nada lo que hicieron con Queen of desire, su más mítica canción: tan solo tocaron la mitad de la misma, cortándola justo cuando llegaba el momento más mágico (el suave interludio central) y empalmándola con la también legendaria Paris by night, resultando así en un medley incómodamente extraño. Cuando tienes una canción como esta, hay que tocarla entera. Ostrogoth firmaron un buen concierto, pero lejos de lo inolvidable.

Si hay un tipo de caramelito en el que el KIT se ha especializado a lo largo de los años es el de reunir bandas de verdadero culto. Los organizadores han estado involucrados en el regreso de formaciones como Heavy Load, Sortilège, Cirith Ungol y muchas otras, y no podía faltar algo así en la presente edición. Esta vez le ha tocado el turno a Acid, banda belga que a principios de los 80 fue aclamada como una de las pioneras del speed metal y de la cual su reunión ha resultado algo escabrosa: fue anunciada por la organización del KIT de cara a su edición de 2020 (ahora mismo pospuesta hasta 2022) y en principio iba a contar con 2 miembros originales (la cantante Kate de Lombaert y el batería “Anvill”) junto con diversos músicos veteranos, pero en plena pandemia la formación se dividió en 2 en una extraña decisión. Obviamente, a nadie se le ocurriría ver a Acid sin Kate, de modo que “Kate’s Acid” fue la versión elegida para actuar en el festival.

De este modo, Kate y una formación muy joven saltaron al escenario con la mejor carta de presentación posible: “Acid is the name, heavy metal is our game!”. Tan fulgurante arranque encandiló instantáneamente a un público que se mostraba ansioso por ver de nuevo a Acid en acción, y bien pronto el estado de forma de la frontwoman nos hizo presagiar una actuación mucho más que correcta. Con Maniac, Hooked on metaly Prince of hell and fire se terminaron de meter al respetable en el bolsillo, más aún con la veloz No time en la que se generó un gran pogo cerca de las primeras filas y empezaron los primeros crowd surfing de muchos que hubo. A pesar de que los jóvenes músicos de esta nueva formación de Acid no destacaran precisamente por su depurada técnica a la hora de interpretar los viejos himnos de la banda, sí es cierto que en una clase de directo así poca importancia tuvo. Pienso que quizás Kate reunió sangre joven buscando precisamente esto, que en sus conciertos realmente se liase parda, algo que quizás con músicos veteranos pero menos explosivos no hubiese sido posible. Conjeturas aparte, la actuación alcanzó su punto álgido con Black car y Max overload, esta última quizás el momento más memorable. Lástima que se dejasen la (para mí) imprescindible Lucifera… Esperemos que cuando los veamos en la próxima edición del KIT se acuerden de ella, pero el concierto que ofrecieron los nuevos Acid pasó el aprobado de largo.

Tras tomarnos unos minutos para cenar, encarábamos la recta final de la primera jornada. Una recta final que se iba a llenar de oscuridad y penumbra por partida doble. En primer lugar, se presentaba ante nosotros nada más ni nada menos que uno de los padres del metal extremo. Tom G Warrior, hecho famoso principalmente por haber sido cantante y guitarrista de Celtic Frost, sacó a relucir los más oscuros orígenes de esta rama del metal a través de un repertorio exclusivo de la que fue su primera banda, los míticos Hellhammer. Le acompañaron una banda reclutada específicamente para ello, a la que ha llamado Triumph of Death, y la verdad es que me tengo que quitar el sombrero. Nunca me ha tirado el metal extremo ni soy especial conocedor de su música, pero lo que vimos delante nuestro era historia viva del género, lo cual merece mi más profundo respeto. Su actuación fue cien por cien fiel a lo que Hellhammer representaba: un sonido sucio, desgarrado, tenebroso y penetrante, consiguieron trasladar al escenario las oscuras y demoníacas emociones que su música transmitía. Tom G Warrior contó con la ayuda del guitarrista André Mathieu, quien se encargó de algunos segmentos vocales, pero en general su voz se mantuvo en condiciones y no faltaron sus ya legendarios “Ugh!”, que el mismo público homenajeó en grande. Durante aproximadamente una hora, repasaron las canciones más aclamadas de Hellhammer, como Massacra, Aggressor y la misma Triumph of death entre muchas otras.

Llegamos así a la hora del flamante cabeza de cartel, una banda que por fin iba a romper su maldición particular con el KIT. Candlemass fueron anunciados en el festival para las ediciones de 2010 y 2019, pero el famoso volcán islandés y una huelga de controladores aéreos en Suecia, respectivamente, les obligaron a cancelar ambas actuaciones. Esta vez, a la tercera fue la vencida y se quitaron la espina… ¡y de qué manera! Dos horas de concierto y nada más ni nada menos que interpretando sus dos discos más aclamados: Epicus doomicus metallicus (1986) y Nightfall (1987). Añadiendo la presencia del vocalista original Johan Längquist, los factores favorables para que aquello se convirtiese en una noche memorable se sumaban uno tras otro y el resultado final fue simplemente antológico.

Candlemass saltaron al escenario y abordaron primeramente Nightfall en el mismo orden que en estudio, dando sus tres primeros golpes sobre la mesa con The well of souls, Codex Gigas y At the gallow’s end. Un inicio de concierto aplastante, tirando de un sonido demoledor que se mantuvo a lo largo de la actuación. El respetable cayó rendido a sus pies y coreó cada verso de forma apasionada, como ocurrió especialmente en la dramática interpretación de Samarithan. A pesar de que la voz de Johan se ha vuelto más rasgada a lo largo de los años, defendió excelentemente tanto las canciones que él mismo grabó como las que llevaban el sello de Messiah Marcolin. La instrumentación estaba sonando simplemente de cátedra, con Lief Edling ejerciendo de maestro de ceremonias desde el bajo y los guitarristas Lars Johansson y Mats Björkman volándonos constantemente los sesos con la potencia de sus riffs.

El repaso a Nightfall terminó con la legendaria Bewitched e inmediatamente después encararon Epicus doomicus metallicus con la lacrimosa Solitude, en un momento en el que se acumularon las emociones y resultó realmente sobrecogedor. La poética de sus letras y la oscura épica de su música, ambas interpretadas con semejante intensidad, me hicieron prácticamente entrar en trance e incluso algunas lágrimas estuvieron a punto de derramarse de mis ojos. Pocas veces había visto en una banda una actuación tan sentida y tan bien acompañada por un público entregado y rugiente.

Sin que esta intensidad decayese en ningún momento, prosiguieron en su descarga de magia negra con las magníficas Demon’s gate y Crystal ball, y así hasta llegar a la gran cereza del pastel: la estremecedora interpretación de A sorcerer’s pledge. Melancolía, épica, dramatismo y densidad se cogieron de la mano para que desde las primeras filas nos emocionáramos y sacudiésemos nuestras cabezas como nunca, pero el momento más álgido fue el tramo final de la canción, el “canto de sirena” que el público coreó a todo pulmón y que nos dejó con los pelos como escarpias. Se le puede hacer justicia a una canción, y luego se le puede hacer esto… Y cuando pensábamos que ya había terminado, finalmente añadieron Bearer of pain de su disco Ancient dreams como el último colofón.

Casi derrotados físicamente, pero con una sonrisa de oreja a oreja y todavía procesando la grandeza de lo que acabábamos de ver, nos hicimos a la fría noche de Würzburg para volver a nuestro apartamento y reponer fuerzas de cara a un segundo día que también prometía muchísimo. Por el momento, la primera jornada del festival nos dejaba un puñado de buenas actuaciones y un concierto que posiblemente entraría en el “top 10” de los mejores que he llegado a ver. Ya solo por eso había valido la pena el desplazarse hasta Alemania, pero al día siguiente también había caramelitos que saborear…

Crónica y fotos: Marc Paradell

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