CRÓNICA: IRON MAIDEN (Madrid) – Julio 2016

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IRON MAIDEN

MADRID – 13 JULIO 2016

BARCLAYCARD CENTER

Sería simplista hablar de Iron Maiden ciñéndonos exclusivamente al ámbito musical. Lo suyo trasciende a la música y llega hasta los sentimientos, sólo así se explica que cuarentones, cincuentones y muchos otros que habían olvidado esto del “heavy”, rescataran sus viejas camisetas negras de Eddie para volver a transitar por antiguos senderos donde se disfruta de una placentera sensación de pertenencia a una tribu sempiterna, refrescando ese orgullo heavy que puede permanecer aletargado pero nunca muere.

Y es que pocas bandas son capaces de aglutinar en su concierto a tres generaciones de la misma familia, hijo, padre y abuelo disfrutando de un espectáculo que siempre toca la fibra.

Iron Maiden es más que una banda de sexagenarios con más de cuarenta años de experiencia, no sólo porque aún sean capaces de sacar discos de evidente calidad y de patear culos con su potente directo, sino porque son los iconos de un movimiento que para muchos es una religión, siendo sus himnos los salmos de una memoria colectiva que logra un consenso unánime.

En esta gira el protagonista era su último disco “The Book of Souls”, algo que pudimos ver en un escenario que evocaba unas ruinas mayas. Fue el propio Bruce el que explicó que sonarían temas nuevos pero que también habría tiempo para tocar temas viejos –muchos de los cuales eran más antiguos que muchos de los asistentes-, de ahí que fuera necesario pasar una penitencia inicial en forma de cortes nuevos como “If Eternity Would Fail”, “Speed of Light”,   “Tears of the clown” –dedicada al fallecido actor Robin Williams-,  “The Red and the the black” entre las que se intercaló “Children of the damned”,

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A partir de aquí comenzó lo que casi todos esperaban, dando “The Trooper” el pistoletazo de salida a una comunión generalizada marcada por la nostalgia, donde 15.000 gargantas gritaban al unísono a la vez que un Bruce superlativo e hiperactivo daba una lección de cómo ser el frontman perfecto, -parece mentira que hace bien poco estuviera librando una batalla contra un cáncer de lengua-, donde Janick volvía a hacer malabares, a veces un poco sobreactuados con su guitarra, donde el risueño rostro de Murray acababa contagiando con su buen rollo, y donde Adrian Smith ponía el contrapunto sobrio, a la vez que Harris, verdadero corazón de esta banda, imprimía su fuerza, carácter y personalidad con ese bajo adornado con el escudo del WestHam United.

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En “Powerslave” vimos Bruce ataviado con una máscara de luchador mexicano, también coreada unánimemente, para de ahí bajar un poco revoluciones con “Death or glory”, donde Dickinson exprimió su lado más histriónico usando un mono de peluche colgado al cuello, y un gorro en forma de cabeza de primate, y “The Book of Souls” donde muchos interpretaron su palabras como una referencia al Brexit (“las civilizaciones nacen y mueren, como los romanos o nosotros”) y en el que entró en escena un nuevo Eddie zancudo con un hacha de piedra.

¿Quién es capaz de mantenerse inerte ante “Hallowed by the name” o “Fear of the dark”? Los pelos se erizaron, las gargantas se pusieron incandescentes y la audiencia bullió con una efervescencia increíble ante la atenta mirada de un nuevo Eddie hinchable gigante…. Hasta llegar a un “Iron Maiden” con el que emprendieron una primera retirada.

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Como bises, otro de sus innumerables himnos, “The Number of the beast”, en este caso con un nuevo hinchable en forma de macho cabrío, y un “Blood Brothers” precedido de un discurso donde se elogiaba la familia Iron Maiden («no importa tu edad, religión, si eres hombre, mujer o algo entre medias, esto va de la vida, el amor, la música y algo de cerveza«) y como punto final un soberbio “Wasted Years”.

¿Ha sido el mejor concierto de Iron Maiden que he visto? Ni mucho menos, el sonido fue mejorable, y pecó por exceso de volumen, pero aún así, fue un espectáculo grandioso, y buen ejemplo de ello es que 15.000 almas se fueron contentas y calentitas para casa, conscientes de haber sido partícipes, una vez más, de una experiencia de comunión perfecta.

Juan José Díez

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