Igorrr – Amen

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Igorrr – Amen

Metal Blade Records

19 de septiembre de 2025

7.5/10

Si alguna vez pensaste que el metal experimental ya había alcanzado su límite, Igorrr acaba de reírse en tu cara. Con Amen, Gautier Serre (el cerebro detrás del proyecto) entrega una obra que no solo desafía la lógica musical, sino también la paciencia, la cordura y los algoritmos de Spotify. Este álbum no pide ser entendido: exige ser experimentado. Y, fiel a la tradición de Igorrr, lo hace con la elegancia de un terremoto en una catedral barroca.

“Daemoni” abre con una misa electrónica interrumpida por blast beats demoníacos y coros que parecen invocar tanto a Bach como a Behemoth. Es la bienvenida al caos ordenado que define el universo de Igorrr. “Headbutt” continúa con un frenesí rítmico que hace honor a su nombre: una colisión directa entre breakcore, death metal y canto gregoriano. Nadie combina lo sublime con lo grotesco como este francés.

“Limbo” ofrece una pausa —si es que podemos llamar así a una pieza donde el clavicémbalo y los sintetizadores se trenzan en un vals infernal— antes de que “Blastbeat Falafel” estalle con percusiones de sabor oriental y un groove imposible. Es como si Meshuggah se hubiera ido de gira con un grupo de darbukas en Estambul después de una sobredosis de café turco.

La locura tiene método

En Amen, cada canción parece diseñada para romper un dogma. “ADHD” es una sinfonía de hiperactividad pura: cambios de ritmo, voces operísticas que se enfrentan a guturales industriales, y una sensación constante de que todo podría explotar (y a veces lo hace). “2020” vuelve a los tonos apocalípticos del disco anterior, Spirituality and Distortion, pero con un aire más irónico, como si el artista se burlara del propio trauma global.

La parte más viscosa del álbum llega con “Mustard Mucous” y “Infestis”. Aquí, Serre despliega su amor por lo grotesco: ruidos de máquinas, gritos distorsionados y un bajo tan denso que parece salir del subsuelo. Sin embargo, entre tanta mugre sonora, hay momentos de belleza innegable, pasajes casi cinematográficos que recuerdan que Igorrr no es un provocador gratuito, sino un compositor meticuloso escondido detrás del caos.

“Ancient Sun” brilla con una atmósfera ritual, una invocación que mezcla espiritualidad y locura, preparando el terreno para el cierre con “Pure Disproportionate Black and White Nihilism”, una pieza que suena como la banda sonora del fin del mundo dirigida por Dadaístas: descomposición, ruido, trance y una risa final que parece decirnos: esto fue arte, aunque no quieras admitirlo.

Amen no busca ser agradable, sino trascendente. Es el tipo de disco que divide audiencias: unos lo llamarán genialidad, otros, tortura sonora. Pero en un panorama saturado de fórmulas seguras, Igorrr sigue siendo el alquimista que derrite los géneros y los reconstruye a su antojo. Su plegaria es el ruido. Su dios, la disonancia. Y su Amen, una explosión divina.

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