Si algo nos une y es la razón por la que probablemente estás leyendo esto, es la pasión por la música. En concreto por el rock y por el metal en todos sus géneros. Algo o alguien nos introdujo a ello y hace que a día de hoy perdure, y aunque es algo que no entendemos de manera concreta, por un motivo u otro, la música sigue formando parte de nuestro día a día. Aunque no hay una explicación científica certera a día de hoy, ya que el cerebro sigue siendo un gran desconocido, algunos estudios nos dan indicios de que puede pasar por nuestras neuronas cuando escuchamos nuestras canciones favoritas, y nos emocionamos, cantamos, gritamos, se nos eriza el vello o incluso lloramos. Aquí os dejamos un breve resumen de este estudio que es muy interesante.
¿Por qué la música nos hace sentir de esa manera tan especial? La música es una forma de arte puramente abstracta, sin lenguaje o ideas explícitas. Y sin embargo, aunque la música dice poco, es capaz de llegarnos a tocar profundamente. Cuando escuchamos nuestras canciones favoritas, nuestro cuerpo experimenta todos los síntomas de la excitación emocional. Nuestras pupilas se dilatan, nuestro pulso y presión sanguínea aumentan, la conductancia eléctrica de nuestra piel disminuye y el cerebelo, una región del cerebro asociada al movimiento corporal, se vuelve extrañamente activo. La sangre es incluso redirigida a los músculos de nuestras piernas. En otras palabras, el sonido nos devuelve a nuestras raíces biológicas.
Un artículo reciente en la revista científica Nature Neuroscience realizado por un equipo de investigadores de la Universidad de Montreal (Canadá) ha supuesto el descubrimiento de los fundamentos precisos de «el potente estímulo placentero» que es la música.
Aunque el estudio involucró el empleo de tecnología sofisticada, incluida la exploración por resonancia magnética funcional (IRMf) y la tomografía por emisión de positrones (PET), la base del experimento fue bastante sencilla. Después de seleccionar a 217 personas que respondieron a anuncios en los que se solicitaban personas que experimentaran «escalofríos» con música instrumental, los científicos redujeron el grupo de sujetos a diez. Luego les pidieron que trajeran una lista de reproducción con sus canciones favoritas, en los que todos los géneros estaban representados, desde el techno hasta el tango, y se reprodujeron todos estos temas mientras se monitoreaba su actividad cerebral. Debido a que los científicos combinaban metodologías (PET y fMRI), pudieron obtener un retrato de la música en el cerebro impresionantemente exacto y detallado. Lo primero que descubrieron es que la música desencadena la producción de dopamina -un químico con un papel clave en los estados de ánimo de las personas- por las neuronas (células nerviosas) en las regiones dorsal y ventral del cerebro. Dos regiones que se han vinculado durante mucho tiempo con la experiencia del placer.
Lo más significativo es el descubrimiento de que las neuronas de dopamina en la región del núcleo caudado -una región del cerebro involucrada en el aprendizaje de las asociaciones de estímulo-respuesta, y en la anticipación de los estímulos alimentarios y otros estímulos de “recompensa«, se encontraban en su nivel más activo unos 15 segundos antes del inicio momentos favoritos de las canciones favoritas de los participantes. Los investigadores llaman a esto la «fase anticipatoria» y argumentan que el propósito de esta actividad es ayudarnos a predecir la llegada de nuestra parte favorita. La pregunta, por supuesto, es qué hacen todas estas neuronas de dopamina. ¿Por qué son tan activas en el período anterior al clímax acústico? Después de todo, generalmente asociamos las oleadas de dopamina con el placer, con el procesamiento de recompensas reales. Y, sin embargo, este grupo de células es más activo cuando los «escalofríos» aún no han llegado, cuando el patrón melódico aún no está resuelto.
Una forma de responder a la pregunta es mirar a la música y no a las neuronas. Si bien la música a menudo puede parecer un laberinto de patrones intrincados, resulta que la parte más importante de cada canción o sintonía es cuando estas pautas se descomponen, cuando el sonido se vuelve impredecible. Si la música es demasiado obvia, se vuelve molesta, como un reloj de alarma. Después de todo, numerosos estudios han demostrado que las neuronas de dopamina se adaptan rápidamente a recompensas predecibles. Si sabemos qué sucederá a continuación, no nos emocionamos. Esta es la razón por la que los compositores a menudo introducen una nota clave al principio de una canción, pasan la mayor parte del resto de la pieza para evitar el patrón y, finalmente, la repiten solo al final. Cuanto más tiempo se nos niegue el patrón o sonido que esperamos, mayor será la liberación emocional cuando el patrón regrese, sano y salvo.
Para demostrar este principio psicológico, el musicólogo Leonard Meyer, en su clásico libro Emotion and Meaning in Music (1956), analizó el quinto movimiento del cuarteto de cuerdas n.º 14 en Do sostenido menor Opus 131 de Beethoven. Meyer quería mostrar cómo la música se define por nuestras expectativas de orden. Meyer diseccionó 50 compases de la obra maestra, mostrando cómo Beethoven comienza con la clara declaración de un patrón rítmico y armónico y luego, en una ingeniosa danza tonal, retiene cuidadosamente la repetición. Lo que hace Beethoven en cambio es sugerir variaciones del patrón. Quería preservar un elemento de incertidumbre en su música, haciendo que nuestros cerebros rogasen por el único acorde que se niega a darnos. Que es el que se reproduce en el final de la obra.
Según Meyer, es la tensión del suspense de la música, que surge de nuestras expectativas no cumplidas, lo que origina el sentimiento de la música. Mientras que las teorías anteriores de la música se centraban en la forma en que un sonido puede referirse al mundo real de las imágenes y las experiencias, su significado «connotativo», Meyer argumentó que las emociones que encontramos en la música provienen de los eventos en el desarrollo de la música misma. Este «significado incorporado» surge de los patrones que la sinfonía invoca y luego ignora. Es esta incertidumbre la que desencadena la oleada de dopamina, mientras luchamos por descubrir qué ocurrirá a continuación. Podemos predecir algunas de las notas, pero no podemos predecirlas todas, y eso es lo que nos mantiene escuchando, esperando con expectación nuestra recompensa, a que se complete el patrón.