FRONTIERS
7 / 10
Stryper triunfaron en los 80 como se triunfaba en los 80: discos a mansalva, buenos ingresos, conciertos con miles de espectadores. La releche. Llegaron los malos tiempos, los 90, y la gente se olvido de ellos y ellos se tomaron un descanso. Volvieron hace un tiempo con discos que no les hacían mucha justicia.
El tiempo parecía haberlos dejado a un lado en favor de bandas con otras cosas que decir, ni mejores ni peores. Stryper, por fin, y es justo y bueno decirlo, se han puesto las pilas. Este trabajo no les va a devolver a la popularidad millonaria de la década de los pantalones ajustados y los pelos crepados, pero puede, señores, que estemos ante lo mejor hecho por las huestes cristianas estas desde sus mejores trabajos de hace tres décadas casi.
El disco tiene ese sabor añejo de la banda, esa querencia, nada inoportuna, por los sonidos que marcaron a una generación de jevis, entonces nos llamaban así: jevis. Reconozco que lo oí primero con cierta renuencia, no es Stryper un grupo del que ya se espere mucho, y por eso precisamente la sorpresa ha sido doble. La voz de Michael Sweet está tan bien como de costumbre (por algo le invitaron Boston a hacer de cantante hace unos años con ellos, algo tiene el agua cuando la bendicen). Los solos de guitarra son perfectos, y de hecho constituyen un viaje en el tiempo a aquellos gloriosos tiepos en que los adolescentes nos flipábamos con las digitaciones de George Lynch, Vivian Campbell e Yngwie Malmsteem. Michael Sweet y los suyos saben que la nostalgia es ─para muchos─ la droga más poderosa que existe, y los chavales jóvenes puede que no le presten mucha atención a este redondo, pero ahí fuera hay un público ya maduro que exige que se le dé entretenimiento del mejor en cuanto a metal. Stryper cumplen ese objetivo.
Emilio Morote Esquivel