Max Metal

METALLICA – Through the never

METALLICA – THROUGH THE NEVER

UNIVERSAL


Los que seguimos a Metallica desde casi sus inicios (que no os engañen: en este país poquísima gente, si alguna hubo, llegó a tener el primer redondo de Metallica en su tiempo, la banda empezó a sonar en España con el segundo trabajo, “Ride the lightning”) nos hemos preguntado más de una vez qué habría pasado con estos músicos de no haber muerto Cliff Burton, su primer bajista. Cliff tenía una vena de rebeldía todavía más asentada que la de sus compañeros de fatigas en aquellos lejanos años en que iban a tocar montados en furgonetas no siempre muy seguras.

Cliff no habría permitido que los creadores del thrash metal se acabaran convirtiendo en esa caricatura de sí mismos, en esa rentable franquicia que se pasea por los estadios de medio mundo emitiendo declaraciones sobre sus ideas de tocar en el Polo Norte, sus gustos musicales sobre el pop pastelero y alguna que otra salida de tono más que los va acercando peligrosamente al ámbito del grotesco mainstream para todos los públicos.

Y por si algo faltaba ya para que nos olvidemos para siempre de quienes fueron nuestra formación favorita hace casi treinta años, aquí está la banda sonora de la película que esta basca se ha montado con ellos mismos, al parecer, de protagonistas, cuales Led Zeppelin o Beatles encaramados ─ya sin posibilidad de redención alguna─ al gustoso oficio de la autoadulación.

El disco no tiene mayor interés para los seguidores de Metallica. Nos referimos a los seguidores antiguos, los que guardaban sus vinilos de Metallica junto con los de la primera época de Slayer, los Antrhax de Belladona o los Megadeth de Chris Poland y Marty Friedman. El trabajo es un doble cedé con una especie de grandes éxitos para la parroquia que se traga lo que sea siempre y cuando el producto venga de la marca de la casa.

Nos preguntamos si alguna vez Cliff Burton imaginó que sus canciones (“Master of puppets”, “Ride the lighning”, “Hit the lights”, “Battery”) acabarían como banda sonora de una película para pijos, para esos niñatos que se consideran a sí mismos los más malos del centro comercial donde, de paso, oyen a April Lavigne. Nos preguntamos también qué pinta el señor Robert Trujillo en una banda como Metallica. En Suicidal Tendencies tenía una clara razón de ser, y produjo con ellos algunos discos estimables, pero aquí, por las barbas de Senaquerib, ¿qué diablos hace el señor Trujillo tocando las canciones de los tres primeros discos de Metallica?

Pero ya todo da igual. Ellos viven en sus mansiones y pasean en jet privados. Que hayan sido incapaces en más de veinte años de crear un disco a la altura de su leyenda, es algo que no debe de importarles mucho. Lars Ulrich y James Hetfield son millonarios y eso es lo que cuenta. La gente llenará los estadios para seguir viéndolos.

El circo está en marcha y hay que llenar las gradas, aunque sea con domingueros que jamás habrán oído ni un solo tema de los tres primeros redondos de Metallica, esos en los que se basa casi la mitad de su actual repertorio. Y si a ello añadimos el cuarto y quinto plástico, está claro que la lista de canciones de este doble redondo se fundamenta en su primera época. Lo que sacaron después no parece gustarles ni a ellos mismos. Los “Load”, la cosa esa del “St Anger”, los desesperados recopilatorios con canciones ajenas, el último “Death Magnetic” sacado a trancas y barrancas… buf, mejor no decimos lo que pensamos de esos trabajos.

Así que ahí los tienen, Metallica: de creadores del mejor heavy metal de todos los tiempos a reyes indiscutibles del tocomocho para un público ovejuno.

Pero ¡miren! Las luces del estadio se apagan, el escenario se ilumina, empieza a sonar la entrada de una canción compuesta por unos chavales en un garaje hace tres décadas. El público aúlla. Y así debe ser. El espectáculo debe continuar.

Emilio Morote Esquivel